CULTURA

Pintura

Remedios Varo: la hechicera de un sueño surrealista

La pintora que México reivindica entre sus artistas mayores, despliegó un imaginario hecho de vanguardia, psicoanálisis y Medioevo, junto a la maestría técnica.

"Creación de las aves", 1957.
"Creación de las aves", 1957.

 

Envuelta en un manto de pliegues sugestivos, una mujer camina por un espacio sofocante. Lleva una pequeña canasta con las más extrañas cosas: un gotero, una llave, un reloj a cuerda. La otra mano libre sostiene por la barba la cabeza de un hombre, como si fuera un pescado pestilente. La pintura se llama Mujer saliendo del psicoanalista y pertenece a Remedios Varo. Referente indiscutido del surrealismo en México, la obra de Varo se escurrió de todas las categorías para hacerse única: una superficie donde la magia convive trágicamente con el destino, y el azar de las texturas con el más controlado de los dibujos.

Aunque su presente valoración no obedece a una deuda pendiente –el éxito, como a pocas, la alcanzó antes que la muerte en 1963– resulta siempre necesario. Varo fue una doble exiliada por las guerras y una mujer independiente en tiempos agitados; una amante generosa; una pintora excelsa; una escritora sorprendente y una mística errante. Octavio Paz –admirador de su obra y amigo personal de la artista– definió sus pinturas como “navegaciones al interior de una piedra preciosa”. Antes que nada (y acaso para poder ser todo eso), Remedios fue una devota de la vida.

La imaginería de Varo hoy se multiplica en su influencia. No falta quien conecte sus obras con la literatura de Borges, uno de sus autores predilectos, y cuyo tono evoca en el informe arqueológico (apócrifo) que la artista escribe para acompañar su escultura Homo Rodans, un pequeño esqueleto con ruedas en lugar de piernas, hecho de huesitos de gallina, de 1959. Mientras Thomas Pynchon alude a sus pinturas en su novela La subasta del lote 49, y Roberto Bolaño la convierte en personaje de Amuleto –una de las suyas–, Madonna cita Los amantes en el video de su canción “Bedtime story”. Implacable y desgarrador, en ese óleo Varo pinta a una pareja de enamorados que llevan, en lugar de cabezas, espejos que solo reflejan al otro.

Malba. Remedios Varo.Mujer Saliendo del Psicoanalista (Podria ser Juliana), 1960

Malba. Remedios Varo.Mujer Saliendo del Psicoanalista (Podria ser Juliana), 1960

En la colección del Museo Malba en CABA ya se encontraba la obra Ícono, de 1945, donada por Eduardo Costantini en la apertura del museo. Y llegó luego Simpatía, la rabia del gato, comprada para su colección personal en 2019 y que también estará expuesta. Se trata de obras de madurez de Remedios, a las que se suman un amplio archivo de cartas, dibujos preparatorios, bocetos y cuadernos íntimos en los que la artista consignaba sueños, relatos literarios o recetas. “A veces escribo como si trazase un boceto”, decía Remedios.

Biografía

Varo nació en Anglés, Girona, en 1908. No ha faltado quien señale que de las calles estrechas y las construcciones en piedra de esa ciudad serrana en el norte de Cataluña proviene el aura medieval de sus paisajes. Su padre era un ingeniero anticlerical y cercano a los movimientos obreros. Su madre, una católica practicante que intentó vanamente ganar a su hija para las filas de la Iglesia. Descartando las doctrinas, Remedios conservó sin embargo la fe en la trascendencia, y pasó toda la vida estudiando teorías, hasta las más excéntricas. En sus pequeñas pinturas se encuentran referencias concretas a sus lecturas sobre alquimia, tarot, astrología; y a pensadores como Gurdjieff, Ouspensky y Carl Jung.

Por eso el ingreso a la muestra en el museo porteño semeja la entrada a una biblioteca, o un gabinete. “Remedios fue una especie de Sor Juana Inés de la Cruz, encerrada y estudiando para después poder salir –cuenta Giraudo–. La idea es tener al inicio de la muestra las pistas para poder entenderla. Que la gente pueda ver cómo eran su mundo y su pensamiento”.

Todavía era una niña cuando la familia se trasladó a Madrid. Allí fueron frecuentes las visitas al Museo del Prado y la mirada atenta de las obras de los renacentistas más díscolos: las enrarecidas atmósferas del Bosco y las figuras oblongas del Greco se aventuran en sus pequeñas pinturas. También del surrealismo avant la lettre de Goya se nutren sus imágenes. En los años 20 frecuentó los círculos culturales madrileños y fue, junto a Luis Buñuel y Salvador Dalí, una estudiante de la Academia San Fernando. Allí conoció también al artista Gerardo Lizarraga. El matrimonio entre ellos duró poco, pero la amistad entrañable que fraguaron los unió toda la vida. Junto a él, Remedios marcha a París en 1929 para entrar en contacto con los círculos surrealistas, aunque en ellos el espacio para la mujer creadora sea más bien estrecho, y las artistas, por más de uno, desdeñadas.

Papilla estelar, 1958. óleo sobre tabla.36 x 24 cm.

Papilla estelar, 1958. óleo sobre tabla.36 x 24 cm.

Cansado de la vida bohemia, el matrimonio decide volver a Barcelona en 1932 ante una oferta concreta de trabajo. Allí Remedios se conecta con los círculos modernos y experimenta su período más surreal. Trabaja a partir de métodos como el collage (ensamblaje de materiales heterogéneos), el frottage, frotando con lápiz o carbonilla una superficie para que se imprima una segunda superficie que está debajo, el cadáver exquisito o el dibujo automático, y su obra se emparenta con las de Óscar Domínguez y Dalí. Aunque un poco tardías, Títeres vegetales y Las almas de la montaña, son dos ejemplos presentes en la muestra de aquel tipo de imágenes. Allí también conoce, a través de Domínguez, al poeta surrealista Benjamin Péret. Con él buscará, una vez que estalle la Guerra Civil española, refugio nuevamente en la capital francesa. Y tras el avance del nazismo sobre París, Remedios y Benjamin huirán en vapor hacia México en 1941.

En el DF, Remedios se siente a salvo y a gusto, más allá de que el círculo de artistas mexicanos –comandado por Diego Rivera– prácticamente la ignore. La misma suerte corren otros tantos artistas llegados de Europa. Ellos, por su parte, forman una red creativa y afectiva que los sostiene a todos en la angustia del exilio. “Llegué a México –diría años después la artista en una entrevista con Luis Islas García– buscando la paz que no había encontrado ni en España (la de la Revolución) ni en Europa (la de la terrible contienda). Para mí era imposible pintar entre tanta inquietud”.

De Remedios, pero también de Leonora Carrington –su gran amiga–, de Wolfgang Paalen, y del mismo Péret, brota la semilla surrealista que germina en México (“el país más surrealista del mundo”, según el poeta André Bretón). Pero el surrealismo allí tiene características propias y eso, claro, se debe a la singularidad de su sustrato (cruzado por mitologías enigmáticas, otras doctrinas y religiones). Pero también de los artistas que, como Remedios, lo fecundan.

Mucho se ha hablado de las parejas de Varo con artistas influyentes, y de la herencia de su padre ingeniero en la pericia de su dibujo. Pero es a la luz de otras mujeres –y no de otros hombres– que Remedios se afianza, en México, como la artista que ahora veremos en el Malba. La amistad que la une a Leonora y a la fotógrafa húngara Kati Horna es el aliciente de la profunda exploración interior que sus obras reflejan. Con ellas estudiaba el I Ching (el oráculo milenario de filosofía china) o viajaba al mercado de Sonora a la búsqueda de gallinas para llevar a cabo las pócimas, que también juntas inventaban. Con ellas visitaba un observatorio para contar las estrellas, o simplemente pasaba las tardes recortando figuras de las revistas para sus composiciones.

Cuando la guerra termina Péret decide volver a Europa, y Remedios quedarse. En 1947 viaja junto a un nuevo amante a Venezuela, donde se reencuentra con su hermano, sus sobrinos y su madre, también exiliados. Pero la familia de amigos que ha trabado en México tira, y Remedios vuelve, para casarse (por tercera vez) con Walter Gruen. “Retírate de todo y dedícate a pintar”, le dice su marido. Antes, en Europa, Varo pintaba copias para subsistir (“se le daba muy bien De Chírico”, cuenta su sobrina). Ya en México, trabaja restaurando piezas arqueológicas y como ilustradora, para publicidades de los laboratorios Bayer. Tras años de ser su propio sostén económico –y además el de Péret–, a principios de los 50 Remedios se entrega por completo a su obra.

Ícono (1945) ya estaba en el Malba.Ícono (1945) está en el Malba.

Esos son los años de madurez de su pintura. Allí proliferan sus amados gatos, los ojos en los umbrales, las mujeres pájaro, los músicos que hacen bailar a las piedras. Las torres y naves, las ruedas y los alambiques son sus objetos predilectos, y cada uno de ellos es siempre accionado por un personaje singular. Humanos etéreos y lánguidos envueltos en capas que demuestran, en cada pliegue, el estudio riguroso de todos los maestros precedentes. A veces su pintura se confunde con la de Leonora, tal era el grado de influencia que la una ejercía en la otra. Pero el mundo de Remedios es más nítido y sus líneas más precisas. A diferencia del de Carrington, habitado casi siempre por animales, el universo de Remedios es profundamente humano. De un humano sensible, creador de música y activador de objetos inertes. “Nos sorprende porque pintó sorprendida”, escribe Octavio Paz. Y en un bellísimo texto especialmente realizado en ocasión de esta muestra, la catedrática española Victoria Cirlot agrega: “Sorprendida ante la potencia de los colores, ante las formas repentinamente aparecidas. De pronto, el mundo puede convertirse en objeto simbólico. ¿Qué quiere decir esto? Creo que esencialmente se refiere a que el mundo deja de estar muerto”.

En busca de un ambiente propicio


Tras un éxito inusitado en una muestra colectiva en 1955, Varo realiza una individual en 1956. Sus obras comienzan a venderse y obtiene, incluso, la mismísima aceptación de don Diego Rivera. Se trata de la consagración definitiva. De este período son pinturas como Mimetismo, El flautista, El gato helecho o la dulcísima Creación de las aves, donde más que revelar el nacimiento fantástico de los pájaros, nos confiesa el interior de su propio proceso creativo. Remedios pinta con unos pinceles finísimos, trasladando sus dibujos al lienzo o madera con afecto metódico. En sus fondos, los esfumados confieren aire de ensueño a esos lugares imposibles de situar en el espacio, pero en los que habitan todos los tiempos. “Sus pinturas –escribe Cirlot– también pueden ser un objeto de meditación”.

Varo adoptó a México (“Soy más de México que de ninguna parte”, ha dicho) y México la adoptó a ella. Las obras que ahora llegan al Malba están entre las piezas más visitadas del MAM. Mientras tanto, tardíamente, España la ha descubierto y rescatado, en un largo ejercicio por repatriar la herencia cultural de tantos artistas e intelectuales expulsados por la guerra y los años de franquismo. Esa lectura española estará presente en la conferencia Surrealistas en México, alrededor de 1940, que dictará el 12 de marzo el especialista Juan Manuel Bonet.

Paradójicamente la última obra que Remedios pinta se llama “Naturaleza muerta resucitando”. Y, aunque esta pintura no estará en las salas del Malba, sí podrá verse en la muestra uno de sus dibujos preparatorios. En ella, una vela prendida en el centro de una mesa es la fuerza alrededor de la que gravitan los platos y las frutas, en plena ascensión mística-humorística. Para Remedios no hay profundidad sin ironía. Así parecen gravitar sus obras, cada vez más conocidas y demandadas por el público, el mercado y las colecciones internacionales. (“Oíd las líneas de Remedio”, nos invitaba, otra vez, Octavio Paz). Desmarcadas de todo lo que no sea la propia esencia de la pintora, que como aquella vela insurgente continúa iluminando. Oigamos, entonces, las líneas de Remedios, vibrando al infinito en cada una de sus obras.



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